jueves, 17 de enero de 2013

- Haga su propio producto milagroso.


Todos los años nos encontramos en tiendas y medios de comunicación una verdadera explosión de productos curalotodo. Podemos encontrar baba de caracol, colchones, almohadas, plantillas, pitilleras, pulseras, collares, anillos, cinturones, jarras, pociones, cremas adelgazantes… El origen de este chollo debemos buscarlo en aquellos embaucadores de feria que vendían polvo de cuerno de rinoceronte para curar la impotencia cuando el supuesto polvillo no era más que huesos de pollo machacados. En fin, si no tiene excesivos escrúpulos morales y quiere forrarse, aquí le ofrecezco la receta secreta para confeccionar uno.
Coja una arandela de plástico, córtele un trocito y péguele un par de cojinetes comprados en la ferretería más cercana. Dele un baño dorado -¡ojo! dorado, no de oro, que eso cuesta-: ya tiene el objeto de marras. Pero no me sea simple, no lo llame arandela con bolitas. Hay que ser serios. Lo que usted ha construido es un Resonador Biomagnético. Escríbalo con mayúsculas; sólo las cosas trascendentales van en mayúsculas.
Ahora debe escribir un folleto explicativo. En realidad, no debe explicar nada del funcionamiento del aparato, ni de qué está hecho -debe ser el secreto mejor guardado después de la fórmula de la Coca Cola-, ni nada de nada. El lenguaje tiene que ser críptico y oscuro, repleto de palabras científicas. Si no sabe ni papa de ciencia sáquelas de un diccionario de términos científicos. Por cierto, no sea tonto y no lo compre. En las bibliotecas puede conseguirlo gratis.
Para escoger las palabras entrégueselo a un chimpancé para que lo abra por diferentes páginas. Donde ponga el dedo el astuto monito -bien es sabido por todos la tremenda capacidad intelectual de nuestros queridos primos- ésa será la que deba utilizar. No se preocupe si no sabe qué significa; lo único importante es que suene rara y con cierto toque metafísico, como cromodinámica cuántica.
Tome una hoja en blanco y construya frases sin sentido uniendo las palabras obtenidas con artículos, preposiciones, adjetivos y verbos -quizá para esto último, si usted no es muy avispado, necesite un diccionario-. Al final añada siempre lo de «científicamente probado» y sobretodo lo de «producto inocuo»: lo único que quiere decir es que nadie la casca a no ser que se lo trague -igualmente inocua es la imagen de San Pancracio-. Mencione que ha pasado los controles del ministerio sin decir cuál. Los posibles clientes creerán que es el de Sanidad pero en realidad se tratarán de los controles que debe que pasar cualquier aparato dispuesto a ser vendido.Para calcular su precio la fórmula es simple: entre un 500 y un 5.000% del precio de coste. No lo ofrezca muy barato. Por algún oscuro proceso psicológico se cree que lo caro es bueno. Un detalle capital es decir eso de «miles de clientes satisfechos nos avalan» o «miles de testimonios prueban su eficacia». Este recurso siempre funciona.
Cuando ponga su aparato en el mercado comprobará que es cierto. Deje jugar al efecto placebo. Si no funciona con alguien, no se preocupe: puede decir que en su caso particular tardará un poco más en hacer efecto. Y si algún cliente no está satisfecho o cree que le han tomado el pelo, tampoco se preocupe, la psicología humana está de su lado. Es muy duro reconocer ser un ingenuo delante de los amigos.
Su producto debe poder aplicarse a un gran número de enfermedades comunes -así tendrá más clientes-, si son crónicas mejor, sin olvidar ni el apetito sexual ni la impotencia. Después del dinero, el sexo es una de las mayores preocupaciones de los hombres. Es fundamental que sea de manejo sencillísimo; para complicar las cosas en materia sanitaria ya están los médicos. Y a propósito de ellos, jamás diga que su producto cura, sino que ayuda en el proceso curativo. Insista en que es un complemento a la función del médico. De esta forma usted se cubrirá de cualquier posible denuncia por parte de los Colegios de Médicos. Además, si el enfermo no progresa siempre podrá echarles a ellos la culpa: su aparato funciona, es el médico quien se equivoca en el tratamiento.
Finalmente, y para darle mayor aval a su producto, diga que su Resonador ha sido probado con éxito en el prestigioso Centro de Investigación Psicobiopatológica y que luego busquen dónde se encuentra. Otro recurso muy recomendado es mencionar el nombre de un amiguete que tenga un piso junto a una universidad. Entonces puede decir «el conocido -por usted- investigador Rostropovich, del Centro de Investigación Psicobiopatológica de la Universidad de Caracas…» -nótese el elegante juego de palabras-.
Si puede, utilice algún licenciado en medicina, por supuesto colegiado, en su publicidad. Tal y como anda el paro no le será difícil encontrar alguno que colabore en tan humanitario proyecto. Quizá, incluso se crea lo que usted cuenta. Pero, ¡por favor!, no se crea sus propias historias. Allá usted si lo hace, pero entonces todo dejará de ser divertido.

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