jueves, 17 de enero de 2013

- La Pornocracia.


Retrato de Lucrecia Borgia, de
Bartolommeo Veneto.
Si sus antecesoras fueron las protagonistas de los mitos, las reinas del placer y de la muerte, este grupo de mujeres comparte con ellas la crueldad, la ambición de poder y el uso inteligente de su sexualidad. Y agregan un ingrediente nuevo: el fanatismo religioso,

Arteras, se disfrazaron de piadosas para dar rienda suelta a sus más profundos odios y fueron las ideólogas de las primeras matanzas religiosas y las artífices de las más crueles persecusiones en nombre de Cristo. No vacilaron en meterse en la cama de reyes y de Papas para erigir monstruosas hogueras, verter venenos en copas y comenzar verdaderas campañas de exterminio.

Helena de Constantinopla, o Santa Helena, fue quien por venganza le dio rango de religión y no de secta al cristianismo; la emperatriz Teodora castraba a quienes no siguieran la palabra de Cristo; en plena Edad Media, Teodora y su hija Marozia fueron las protagonistas de la pornocracia y manejaron desde el lecho de los pontífices la política de Italia; Isabel la Católica mandó a la hoguera a más de dos mil personas, expulsó a los judíos de la España del siglo XV y fue la “madre” de la Santa Inquisición en nombre de la fe verdadera y María Tudor, su nieta, “La sangrienta” Bloody Mary, hizo lo mismo como reina de Inglaterra.

Todas se sirvieron de la palabra de Dios y enmascararon con mejor o peor suerte sus apetitos sexuales detrás de la utilería de la Iglesia y de la infinita imaginería religiosa repleta de vírgenes y santos, para hacer del fanatismo religioso un instrumento de poder y una máquina de guerra. Y de venganza.
Icono oriental ortodoxo de Constantino
el Grande y Santa Helena, su madre.
El uso de la cruz con fines políticos
A fines del siglo III el cristianismo era una secta que proliferaba en las clases bajas del Imperio romano; despreciados, los primeros cristianos habían sido cruelmente perseguidos por el emperador Diocleciano. Y fue la perfidia de una mujer quien los salvó.
Helena, pasó a la historia como Helena de Constantinopla o Santa Helena, era plebeya, concubina del rey Constancio y fue la madre de Constantino. Lejos de ser un modelo de piedad, persiguió a los hijos y nietos “legales” de su amante que la había repudiado, abrazó el cristianismo y convirtió a su hijo a la secta repudiada sólo para agraviar al rey.

Tras un halo de beatitud ocultaba un profundo resentimiento y sangrientos deseos de venganza.
Después de veinte años de conspiraciones y asesinatos urdidos por Helena, Constantino el Grande asumió como emperador y fue ella quien le aconsejó dar entidad de religión a la nueva secta ya que el apoyo de los cristianos era esencial para sostener el nuevo poder político.

Con ello y decenas de medidas que tomaron después, Helena le daba un golpe mortal a Roma, a los aristócratas que la habían despreciado y a su ex amante. Ella inauguró la intolerancia religiosa, la persecución de los paganos, la discriminación de los judíos; instauró el día domingo como el día de descanso, dio forma al concepto de herejía y dio pie a sangrientas luchas y masacres. Y con el fin de mantener el poder que tenía sobre su hijo se valió de una mentira para que Constantino matara a su mujer (la ahogó en agua hirviendo) y a su hijo. Con ellos, Helena sumaba dos muertos más a su historia criminal. Fue la primera emperatriz cristiana.
Mosaico que representa a Teodora, de
Meister von San Vitale (ca. 547).
Teodora nació en una familia dedicada al entretenimiento circense; pero la pobreza y la falta de talento en la música, la danza y la acrobacia la llevó, junto a sus hermanas, a dedicarse a la prostitución desde niñas.
Teodora sobrevivió a muchas enfermedades que la acosaron y decían que tenía un demonio adentro tan poderoso como su temperamento. No destacaba en el circo ni por su belleza ni por su arte, sino por su falta de pudor sexual ya que protagonizaba escenas escandalosas con hombres y animales.

Era una maestra en el sexo. Valiéndose de este poder, de una férrea sangre fría y de su inteligencia privilegiada, se convirtió en la emperatriz bizantina esposa de Justiniano I. Temiendo que su marido se enterara de que tenía un lúbrico pasado que incluía un hijo, hizo asesinar al joven.
Como Helena, aparentó una profunda virtud cristiana para perseguir y matar a los ricos, a quienes la habían ofendido en el pasado y, de paso, a quienes no practicaran la fe en Cristo. La condena era la tortura y la castración, actos que Teodora supervisaba personalmente.

Pornocracia: el reinado de las rameras

El siglo X fue llamado el “siglo oscuro” de los Papas, trece pontífices ardieron en las llamas del sexo puro y duro y Marozia, su madre y su hijo fueron los protagonistas de su caída. La hermosa, ambiciosa y voluptuosa Teodora, que enseñó todas artes a su hija Marozia, quería que su aristocrática y poderosa familia se ligara al papado. Para lograrlo, se sirvió de mil argucias y ordenó no pocos asesinatos, hasta que su amante fue nombrado Papa como Sergio III. Corría el año 904 y se dice que fue “el peor que haya tenido la Iglesia” por los múltiples crímenes en los que estuvo involucrado y porque su lujuria sin límites.

Marozia superó a su madre: comenzó su carrera a los 15 años en la alcoba papal y se convirtió en una de las mujeres más poderosas de su época. “Su estrategia fue entrelazar sin pudor, y para su total provecho, la política y la religión con cintas amatorias. Su particularidad consistió en haber logrado, en un ambiente como el pontificio, la capacidad para determinar la elección de varios Papas y ordenar la muerte de algunos de ellos”, analiza Susana Castellanos de Zubiría en su interesante ensayo Mujeres perversas de las historia.
Grabado de la época que representa a
Marozia.
Fue amante del amante de su madre, Sergio III, y tuvo un hijo con él. Algunas fuentes dicen que Sergio era el verdadero padre de Marozia, llamada “la Papisa”. Se casó a los 17 años visiblemente embarazada y a los 19 mandó a matar al Sumo Pontífice, su amante y su padre.

Teodora y Marozia eligieron al nuevo Papa, lo usaron como amante y como títere y luego lo mataron; las mujeres se sirvieron de la combinación de sexo e intriga para elevar al trono de Pedro a varios Papas y deshacerse de ellos con la misma facilidad cuando dejaban de ser útiles. Sin embargo, Juan X, amante de Teodora, tuvo la oportunidad de demostrar su valor como estadista y soldado cuando los sarracenos llegaron a 50 kilómetros de Roma a los que finalmente logró derrotar.

Esto disgustó tanto a la madre como a la hija y convirtieron a Roma en un caldero de rencillas, rencores y odios viscerales contra Juan X. En este hervidero de intrigas y venganzas, los padres y el primer marido de Marozia fueron asesinados; se casó nuevamente, urdió un plan para hacerse con el poder de Roma pero fracasó; cuando volvió a intentarlo, triunfó y mandó a encarcelar a Juan X de por vida.
Luego, llegarán nuevos maridos y nuevos hijos (uno de ellos fue el Papa Juan XI), pero el primero, aquel que tuvo con su padre, Alberico II se vengó de su familia de forma lapidaria: tomó el poder, desterró a la familia y encerró a su artera madre durante 23 años hasta su muerte.
"Isabel de Castilla", retrato atribuido a
Juan de Flandes (ca. 1500). Se encuentra
en el Museo del Prado.
La gran reina nazi

Mientras en torno de Lucrecia Borgia empezaba a construirse una leyenda negra de corrupción sexual, jugadas maquiavélicas, asesinatos de maridos y familiares, veneno escondido en un anillo hueco e incesto con su padre Rodrigo Borgia, el Papa Alejandro VI, y con su hermano César, otras mujeres dominaban la escena renacentista con su malicia.

En nombre de Dios, Isabel la Católica mandó a la hoguera a más de dos mil personas, expulsó a los judíos de la España del siglo XV, fue la “madre” de la Santa Inquisición española, la generala del ejército que expulsó a los árabes y la ideóloga de la conquista y destrucción de los pueblos americanos. Quinientos años después el dictador Francisco Franco quiso convertirla en santa.

Sus biógrafos relatan que la joven Isabel rezaba para que Dios la convirtiera en su instrumento y lo hizo en oscuros, húmedos y sucios calabozos en donde miles de “herejes” eran torturados hasta la muerte, en medio de gritos de dolor a los que ella era inmune.

Desde los tres años estuvo comprometida con Fernando de Aragón, su primo, pero por diversos intereses políticos su familia intentó romper este acuerdo matrimonial para casarla con otros príncipes y nobles; ella, de carácter altivo y arrogante, ella se negó porque consideraba que Fernando era el mejor candidato para esposo, procuró que el papa Borgia, que era valenciano, los dispensara por la consanguinidad y casó con él. Fue también Alejandro VI quien les otorgó el título de Reyes Católicos, negocios mediante.
"La reina María Tudor, reina de
Inglaterra", de Antonio Moro 1554.
Su nieta María Tudor, hija de su hija Catalina y de Enrique VIII, fue tan fundamentalista en los temas religiosos y tan astuta y testaruda como ella, tanto como para la apodaran “la Sanguinaria”.
El cóctel Bloody Mary fue creado en honor a ella, porque durante su reinado envió a la hoguera a miles de protestantes en una Inglaterra que apenas unos años antes por orden de su padre se había convertido a esta creencia.

Llegó al trono con 37 años, soltera, una historia familiar que producía escalofríos y una vida personal llena de humillaciones. Decidió vengarse de los protestantes y de los nobles, se rodeó de asesores religiosos y se enamoró perdidamente de su sobrino.
Los ingleses conjuraron y se rebelaron contra la reina para impedir este matrimonio con un español católico. María, enfurecida, salió a las calles para arengar a los católicos contra los protestantes y el pueblo la apoyó. “La Sanguinaria” decidió matar a cualquiera que se le opusiera y lo hizo en las llamadas Persecuciones Marianas.

María odiaba profundamente a su hermana Isabel, a quien había encerrado en la Torre de Londres; y mientras frustrada y furiosa al mismo tiempo tuvo dos embarazos imaginarios y su marido (que sería más tarde el temible Felipe II) se paseaba por el continente con otras mujeres miles de hogueras intoxicaron con el olor a carne quemada el aire de Londres: obispos, nobles, eruditos, estudiantes, sacerdotes, campesinos, artesanos, pasaron por el fuego. Quienes mostraban compasión eran arrestados, cientos fueron detenidos por ser considerados herejes y torturados. Las personas especialmente odiadas por la reina tenían muertes lentas y dolorosas. Esta intolerancia hizo que miles tomaran el camino del exilio. 

1 comentario:

  1. Bastante interesante su web al principio, pero cuando leí la expresión "La gran reina nazi", perdió toda credibilidad para mi.

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